Por Ricardo Sánchez García
Decir que una persona conoce la Huasteca potosina es en realidad pretencioso. Afirmar que cuando has viajado tanto a un lugar, no hay tope, curva o paraje que no conozcas es en realidad un grito de soberbia.
Mi primer encuentro con la Huasteca Potosina fue en 1993, cuando la Congregación de Misioneros Josefinos realizaron una misión enorme en el municipio de Aquismón conmemorando 50 años de haber llegado a ese hermoso lugar.
Ahí fue donde me enamoré de los paisajes, montañas, subidas y bajadas de La Mesa de Tampaxal, pues fui encomendado a pasar la temporada de Semana Santa preparando la liturgia de la conocida semana mayor.
Entonces tendría yo 16 años y desconocía aquel huapango que ahora sale a flor de piel cada que viajo rumbo a Ciudad Valles, Xilitla, Matlapa o Tamazunchale: “…el que una vez la conoce regresa y se queda allá…”
Pero no sólo es el clima lo que disfruto, sus ríos y cascadas, su gastronomía de infinita variedad, sino la calidez humana y la sencillez con que, en muchas comunidades, a corazón abierto te invitan a sentarte a la mesa para compartir los sagrados alimentos.
Así es la Huasteca Potosina y así son las y los huastecos. Por ello no he tenido empacho desde hace mucho tiempo en responder cuando me preguntan sobre mi lugar de nacimiento: soy huasteco, huasteco de corazón:
-pero Ricardo, tú naciste en Morelia. Pues sí, pero pues no, como dijo Chabela Vargas, “…los huastecos nacemos donde nos da la chingada gana…”.
Mi segundo gran encuentro con la Huasteca Potosina vino muchos años después, cuando en 1997 conocí amigos originarios de Huejutla, Huautla, Tempoal, Tantoyuca y rancherías cercanas a esos municipios de Hidalgo y Veracruz.
Fue toda una experiencia regresar como estudiante, participar en los convivios familiares, recorrer topes, calles y terracerías para bañarme en ríos y, como digo, sentarme a la mesa en la intimidad familiar, con todo lo que eso implica.
Recientemente he visitado también los municipios, ya por trabajo, ya por viaje de placer con la familia. Siempre, la Huasteca es siempre hermosa y jamás se agota. Decir que no hay un dedo de tierra donde los explotadores no han llegado es ignorar lo ignoto de nuestro universo.
Recientemente tuve el privilegio de conocer una cascada de Xilitla. Junto con Alejandra en su condición de persona con debilidad visual, fuimos guiados profesionalmente por el equipo de Mountain 360, jóvenes y señoritas capacitados para hacer disfrutar de la mejor experiencia: tener un encuentro con la naturaleza.
Subir, bajar, rodear, escuchar y percibir olores a frescura es una experiencia que nadie se de be perder. Es el encuentro con la naturaleza, pero también el encuentro con uno mismo.
Definitivamente hay espacios a los que se deben acceder acompañado de quienes saben hacerlo y tienen la experiencia de acercarnos de forma segura y con las medidas necesarias.
Eso que llaman Eco Turismo, que yo había venido practicando sin saberlo y sin estar debidamente informado, ahora sé que es una práctica de respeto a la naturaleza, de encuentro con las comunidades en su tradición y de reconocimiento de los saberes milenarios que están ahí, a unos metros del vaivén indiferente de las prisas ordinarias.
Visitar la Huasteca de la mano de Mountain 360 es una ventaja que nadie se puede perder y para ello, Omar Martínez Hernández tiene caminados los mejores lugares.
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