Opinión de Jorge Zepeda Patterson
En sus memorias Nicolas Sarkozy afirma que los opositores mexicanos del presidente Felipe Calderón hicieron un embrollo al solicitar que se les informase en qué condiciones el dueño de la casa donde iba a quedarse en su primera visita a México, “un tal Roberto Hernández, había prestado o alquilado su domicilio para nuestra visita”. El sorprendido Sarkozy ignoraba que ese hombre, que ahora facilitaba tan graciosamente su residencia en la playa, había recibido con su socio el perdón en el pago de impuestos por más de 3 mil millones de dólares por la venta de Banamex, una operación total por más de 12 mil millones. El pago de favores gracias a las cuales Sarkozy obtuvo vacaciones gratuitas, cortesía de Calderón, es la menor de las revelaciones que el ahora ex mandatario publica en relación con su colega mexicano. Interesante porque ofrece un atisbo, involuntario, de la manera en que la élite política y la económica intercambian favores. Calderón dispone de la casa de Hernández con la confianza de que en buena medida la riqueza inmensa del empresario procede del erario y, por consiguiente, en cierta forma también es su patrimonio.
Sarkozy acaba de publicar en español Los años de luchas (Alianza editorial), difundido hace unos meses en francés, un recuento de su paso por la presidencia durante el periodo 2007-2012. Y aunque de las 554 páginas solo nueve se refieren a México, en ellas describe su primera y única visita a nuestro país y desnuda de manera terrible a la administración de Felipe Calderón. Parte de las acusaciones de Sarkozy habían trascendido durante la entrevista que Netflix le hizo respecto a Florence Cassez, para el documental que llevó a la pantalla el libro de Jorge Volpi, Una novela criminal. En esa entrevista señala que “el presidente Calderón no podía tomar decisiones sin su ministro del interior y su ministro, en este caso en particular, más poderoso que el presidente”, refiriéndose a Genaro García Luna.
Lo novedoso en el caso de estas memorias es la manera pormenorizada en la que describe el descalabro de esa visita y lo cercano que se estuvo de un absurdo rompimiento en las relaciones entre ambos países. Durante el relato de Sarkozy resulta evidente la enorme sorpresa que le provocan los súbitos cambios de parecer de Calderón sobre este tema, algo que terminará atribuyendo a la ciega obediencia a su jefe de la policía. Las primeras conversaciones, avanzadas desde Francia, habían sido prometedoras, pero algo se modificó en las últimas horas, afirma el francés: tras una cordial comida, “las cosas se torcieron en el momento en que pronuncié el nombre de Florence Cassez. La violencia de su respuesta me dejó de piedra. Yo no contaba con algo así. Era evidente que aquello ahora representaba para el presidente Calderón un asunto personal… Aquello chocaba frontalmente con la carta que me había escrito con anterioridad. Carla estaba tan aterrorizada como yo. Fue entonces cuando sospeché que algo no cuadraba y que había algo que no sabíamos. Entendí, sobre todo, que iba a ser muy complicado sacar a Florence Cassez de aquel atolladero. Pero aún andaba lejos de entender qué pasaba… lo que pasaba era mucho peor de lo que habría podido imaginar”.
En pocas palabras, lo que entendió más tarde es que Calderón era rehén de García Luna, quien había quedado atrapado en el montaje de la aprehensión e inculpación de Cassez a partir de pruebas y testigos forzados. La magnitud del involucramiento del gobierno mexicano en el castigo a la francesa a cualquier costo quedó evidenciada, según Sarkozy, cuando se buscó la salida diplomática de acogerse al Convenio de Estrasburgo, ratificado por México. Según tal acuerdo, la pena impuesta a un extranjero podía cumplirse en una cárcel del país de origen. Para Sarkozy constituía una salida de mutuas concesiones, porque suponía asumir la culpabilidad de Cassez a cambio de asegurar, al menos, que purgara su condena en una cárcel sin riesgos. Los reportes que tenían del estado físico y mental de la mujer nutrían las preocupaciones de Carla Bruni y el mandatario, al saberla recluida en una prisión de alta seguridad en condiciones particularmente hostiles.
Cuando la comisión para revisar la posible aplicación del Convenio de Estrasburgo apenas comenzaba a trabajar, las autoridades judiciales se aseguraron de impedirlo modificando la sentencia de 20 a 60 años. Con ello resultaba imposible el traslado de Cassez a Francia porque ese país no contempla condenas tan largas y no podría purgarla en sus cárceles. Más tarde Sarkozy se enteraría que un asesor del presidente Calderón se había reunido con los magistrados de la Corte para “ordenarles que desestimaran el recurso de Florence Cassez” y garantizar una sentencia brutal. “Lo tremendo no era el agravio que me habían infligido a mí, ¡sino la suerte de aquella desdichada a quien le estaban diciendo que moriría en prisión a nueve mil kilómetros de su familia!”.
Sacudido por la impotencia para hacer algo respecto a Cassez y cuestionado por sus adversarios políticos que le acusaban de oportunista, Sarkozy afirma que decidió plantearle el tema al papa Benedicto XVI en una visita a Roma y que este quedó conmovido por la situación de la francesa. La Iglesia emprendió una investigación larga y acuciosa en México. “Su informe final no se hizo público, pero el Vaticano compartió con nosotros las conclusiones principales. Y eran demoledoras para las autoridades mexicanas. Florence Cassez no era ninguna secuestradora, sino un chivo expiatorio: una persona inocente que simplemente estaba en el momento equivocado en el lugar equivocado. Todo era, por tanto, un desvergonzado montaje de las más altas autoridades del Estado y la policía mexicana. Se habían creado pruebas falsas con la única finalidad de inculpar a nuestra compatriota. A raíz de aquello todo empezó a moverse en una dirección más positiva”.
Y en efecto, unas semanas después de que Felipe Calderón dejara el poder, la Suprema Corte revisó el caso, dejó libre a Cassez y lo demás es historia. No así el caso de Israel Vallarta, su entonces pareja, quien tras 15 años de cárcel inexplicablemente todavía espera sentencia, víctima de las maquinaciones perpetradas por García Luna. Una infame historia que ahora recibe un vistazo adicional desde una óptica, la de Sarkozy, que en ningún sentido es ingenua o desinteresada, pero circula ahora en Europa.
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