‘Wild God’, de Nick Cave, un álbum que te hará creer en el poder transformador del amor

El punk convertido en poeta Nick Cave a menudo describe la música como sagrada. Para él, la interpretación es un acto de comunión con la audiencia. Pero Wild God, su álbum 18 con The Bad Seeds que recién estrenó este 29 de agosto, se siente más como un bautismo: una inmersión extática en las aguas caudalosas y repletas de amor y pérdida que el artista sexagenario ha experimentado desde la muerte de sus hijos Arthur Cave (15) y Jethro Lazenby (31) en 2015 y 2022, respectivamente.

A lo largo de nueve paisajes sonoros que se hinchan, se hunden y se arremolinan, la imaginería del álbum sumerge a los oyentes en los lagos y los mares de un dios nadador, antes de elevarnos para contemplar con la boca abierta las estrellas (metáforas brillantes y triunfantes del amor) y, a continuación, anclarnos en una tierra cálida donde el médico rural silba por la pradera y acunarnos para dormir con la suave balada de piano As the Waters Cover the Sea.

Cave ha descrito cada canción de su disco como una conversión individual –una rola se llama así– pero sin necesidad de que te adscribas a ningún tipo de fe religiosa para creer en el poder transformador del amor que es cantado aquí.

Como vocalista, Cave ha perfeccionado desde hace mucho tiempo un estilo de predicador que permite que sus historias vaguen apasionadamente por los contornos de la música. Lo usa una vez más en Song of the lake: una humilde parábola de un hombre viejo junto a la orilla, hipnotizado por la visión de una mujer que se baña en la luz dorada. Este placer pasajero lleva a Cave a aludir a su duelo al citar la canción infantil Humpty Dumpty (sobre el huevo que cayó muerto como Arthur).

La línea original dice: Todos los caballos del rey y todos los hombres del rey no pudieron unir a Humpty de nuevo, pero Cave lo abandona a medio camino: Ah, no importa, no importa. El anciano de la orilla encuentra la paz, en cambio, en lo inevitable de la mortalidad: Sabía que se disolvería si seguía [a la bañista] al lago / Pero también sabía que si permanecía en la orilla, con el tiempo se evaporaría. Un coro alza la voz detrás de él mientras nuestro héroe repite el estribillo consolador de No importa como un Amén.

Cave es muy bueno balanceando su locuacidad grandilocuente con un estilo vernáculo casual como este. Es asimismo brillante intercambiando entre la ficción y la metáfora a la cruda verdad, como en Joy, en donde gira de unas clásicas letras de blues –“Desperté esta mañana con el blues invadiendo mi cabeza”– a la brutal realidad de “Me sentí como si alguien de mi familia estuviera muerto”. El único momento flojo líricamente se produce cuando torpemente rima panties con scanty en el por lo demás encantador shuffle de O Wow O Wow (que increíble es ella).

Cantando entre la duda y la fe, Cave acelera el ritmo con el tema más roquero del álbum, en el que una deidad enferma vuela por una ciudad moribunda como un pájaro prehistórico sobre los huesos quebradizos de un efecto de clavicordio. Wild God se eleva hacia el triunfo cuando los coros se lanzan a un estribillo jubiloso. El crescendo colectivo, sin embargo, pronto se ve arrasado por las lluvias más íntimas y fluidas de Frogs, en la que los anfibios titulares aparecen saltando en las cunetas / Asombrados del amor / Asombrados del dolor / Asombrados de estar de nuevo en el agua / Bajo la lluvia del domingo. Si se cierran los ojos, se pueden ver las patas extendidas y húmedas y los saltos resbaladizos y vertiginosos. Más adelante, en su bestiario sagrado, Cave invoca a los conejos en Joy y Cinnamon Horses.

Muchos consideran que la producción reciente de Cave es demasiado ambiental e incoherente, y que las canciones carecen de ganchos y estructura tradicionales. Este álbum no intenta ganarse a ninguno de esos escépticos. En los tres videos Making of Wild God en YouTube, se ve al grupo bromeando sobre escribir música de yoga, pero las películas, rodadas en directo en los espaciosos estudios Miraval del sur de Francia, ayudan a dejar clara la humanidad de gran corazón que vierten en su música. Cave acecha en blanco y negro como un limpia pipas, mientras el coproductor Warren Ellis se ríe entre dientes con su barba de mago mientras buscan los momentos de espontaneidad que dan vida a estas canciones.

A lo largo de Wild God, el traqueteo de la batería de ThomasWydler y la resaca del bajo de Martyn Casey mantienen el calor bajo los elegantes meandros melódicos del piano de Cave, el violín de Ellis, los sintetizadores, la flauta y los loops, el vibráfono de Jim Sclavounos y la tierna guitarra de George Vjestica. Las melodías inundan la música y luego desaparecen como corrientes. Wild God puede parecer insondable, pero hace que flotes.