¿“Nueva” derecha latinoamericana?

No es sólo “pensamiento” lo que de la derecha escurre desde sus iglesias añejas o recientes. No es sólo “pensamiento” de derecha lo que supura el conservadurismo de sectas moralistas que reglamentan conductas sociales para defender negocios familiares. No son sólo “ideas” de derecha lo que algunos títeres disfrazados de “políticos” exhiben con sus artes domadoras reformistas para venderse como mercancía reaccionaria contra los cambios históricos impulsados por las organizaciones de las bases. La derecha vive una crisis intelectual y eso la lleva a la acción violenta, intervención, secuestro arrebato a punta de sangre y postergación para los pueblos.

Entre Bolsonaro, Milei, Boluarte, Lacalle, Peña, Bukele… y todos sus adláteres, se configura una nómina de derechistas, santiguados incluso por la extrema derecha española, que impúdicamente celebraron un encuentro en Madrid, con miras puestas en el negocio de las elecciones europeas. Así, las nóminas con los apellidos son insuficientes para explicar la dimensión de la amenaza que implica la desnutrición intelectual de la derecha y sus instintos mercantiles violentos como etapa tóxica en que se encuentra el capitalismo, con sus crisis y contradicciones internas, con sus desesperaciones y odios, con sus ambiciones y codicias. Por ejemplo, algunos líderes de izquierdas, que no dejan de defender al capitalismo, advierten para su país (y acaso para toda la región) que la derecha se organiza para convertirnos en territorio consagrado al saqueo de recursos naturales o “materia prima”, con salarios aplastados y mínima expresión, con estados achicados dedicados recaudar impuestos y orquestar represión actualizada tecnológicamente.

Mientras las izquierdas no logran consolidar una corriente de unidad, las derechas están rentabilizando las formas del repudio y queja sociales. Cada palabra que articulan, en forma de campaña política o ideario “justiciero”, es una emboscada ideológica fabricada por expertos en manipulación de “malestares”. Usan en su favor las penurias sociales (de las que son realmente causantes históricos) para disfrazarse de Mesías del cambio, de “lo nuevo” y de la “salida democrática”. Contratan propagandistas de la antipolítica se presentan como inmaculados en el mercado de los votos (síndrome de Estocolmo electoral) como salvadores de sus propias víctimas. Guerra ideológica que disfraza de clamor popular el ideario de los verdugos. En el corazón de tal asalto una escalada neonazifascista. Inteligencia paupérrima.

Pero eso nada tiene de nuevo, pues es una muy añeja tradición perversa de la democracia burguesa. Se victimizan para exorcizar sus canalladas contra los pueblos. Y por colmo, suele funcionarles bien gracias a una desmemoria lábil de raíz mediática apuntalada con entretenimiento y futbol. Entre otras jugarretas mercantilizadas. No es una calamidad que sorprenda por su novedad, ni una sorpresiva maldición trágica del destino causada por fuerzas extraterrestres. Es el capitalismo que ensaya todo género de argucias para desorganizar a la clase trabajadora, deprimirla en todas sus fuerzas transformadoras y desfigurar las tesis históricas emancipadoras, convirtiéndolas en espasmos libertarios y eructos de falsa rebeldía tramposa.

Su negocio es lucrar con el escepticismo, y la decepción, aprovechando la desigualdad bochornosa que abofetea con sueldos miserables y jornadas laborales esclavistas. Infraestructuras abandonadas, fallas de energía eléctrica, abasto irregular del agua, educación maltratada, salud lenta y cara… Mientras, la derecha secuestra la economía y se enriquece hasta la obscenidad, y se ofrece como el único futuro posible, con poder de dinero como única respuesta razonable. Imponen la idea de que ellos pueden “limpiar” la política y que todo concepto de pueblo organizado es sinónimo de fracaso. Que el mejor plan es confiar en los empresarios, porque sólo así hay posibilidades de riqueza y bienestar que algún día escurrirán hacia abajo. Los paladines de la corrupción burguesa se ofrecen como personas impolutas apasionadas por la honradez.

Tienen por ejes semánticos los dolores sociales más hondos que ellos han propinado a los pueblos. No tienen vergüenza en denunciar la inflación, que es unos de sus grandes negocios. No les ruboriza hablar de la pobreza fabricada por ellos mismos para enriquecerse. No les tiembla el pulso para desplegar su política con banderas de antipolítica contra la corrupción, que ellos han permitido en la democracia falaz de sus sectas privilegiadas. Dicen amar a los pueblos, a la patria y a la República, mientras desgarran sus vestiduras empresariales con palabrerío dogmático y fanático. Sueñan con seducir a la juventud con disfraces de rebeldía, secretamente diseñados para que los jefes no se asusten. El plan es blandir el malestar social con engaños demagógicos para legitimar sus placeres de represión contra sus votantes.

Mientras, “izquierdas”, que no tocan un pelo al capitalismo, no trabajan por la unidad del proletariado, como recomendó Marx en el último renglón del Manifiesto. Eso podría frenarse inmediatamente si las fuerzas sociales emancipadoras se unieran para modificar y controlar toda instancia jurídico-política de los procesos electorales. Arrebatarle a la burguesía los controles tramposos que ha ideado contra la voluntad democrática de los pueblos. Y no contentarse con eso. Revisar hasta el tuétano la propiedad privada. La guerra ideológica burguesa no es otra cosa que el despliegue de ataques para garantizarse dominio eterno en la relación capitaltrabajo.

Nada nuevo. Y por eso más irritante. En el circo electoral pagado por las oligarquías brillan hoy peleles entrenados para atraer adeptos, o adictos, a la cultura del show, con cualquier payasada efectista; vociferaciones o susurros; altanerías o palabrerío a destajo… como si eso fuese garantía de ideas claras. Circo con muchas pistas, operando en simultáneo sobre la confusión y con fake news, cada día más espectaculares, publicitadas a destajo con todos los altavoces monopólicos disfrazados como medios de comunicación que son, en realidad, armas de guerra ideológica. La libertad de mercado disfrazada como libertad de expresión. Con odio e ignorancia pueden ganar elecciones. La mentira de unos cuantos como verdad de todos. Eso no es poco peligro.

Opinión de Fernando Buen Abad Domínguez