Lila Downs celebró la vida y la muerte en el Auditorio Nacional

Un cúmulo de sonidos provenientes de la música popular/tradicional mexicana inundó el Auditorio Nacional con la incomparable voz de Lila Downs quien, a placer y activamente, colocó al público en un punto intermedio entre el gozo y el desenfreno con su concierto dedicado a los Santos Difuntos; 120 minutos dedicados a la celebración de la vida y la muerte. La noche sagrada de los muertos y las ánimas.

El recital comenzó con Lila emergiendo de la bellísima ofrenda colocada del lado derecho del proscenio, entonando Tiringue, en uno de los silencios de la canción se escucho un Te amo, Lila, que fue festejado por el resto de los asistentes, pero la cantante, inmutable, ataviada como una Catrina Imposible, se concentraba para que su canto anegara el rincón más recóndito del Auditorio Nacional. Lila vuelve a ser engullida por la ofrenda y al concluir las últimas notas de la pieza reaparece en el escenario con nuevo vestuario y expresó: Todos somos purépechas, después dio la bienvenida a los asistentes: Buenas noches, qué bueno que están aquí para celebrar desde la Madre Tierra al árbol, a la naturaleza y por supuesto a los Santos y Fieles Difuntos.

Lila se rodea de bailarines para interpretar Mandimbo, colorida pieza con resplandeciente danza. Estamos aquí para celebrar este ritual de flores, mezcal, mole y tostones para agasajar a los muertos, que vengan y que vuelvan a vivir dentro de nosotros. Porque aquí se baila cumbia, dice Lila al público, y en grupo, en solitario y, pero por supuesto, en parejas se ponen a sacarle brillo al piso del Auditorio Nacional, con la cumbiecita La Campanera, mientras la cantante hace lo propio rodeada con el ballet folclórico en el escenario, quienes bailaron un entrecruzamiento entre el ritmo colombiano y el filtro mexicano.

Fuerza y orgullo

Pasaron Conjuro y Martiniana, que marcó un nivel crecido. Lila cambió de vestuario y volvió a salir para cantar Son de difuntos, unas talludas Catrinas aparecen entre los pasillos del inmueble, son festejadas y masajeadas por las sorprendidas miradas del público, ellas alcanzan a Lila en el escenario para servir de acompañamiento y vuelve a mencionar al público: Fuerza y orgullo mujeres del Istmo, poesía de Andrés Henestrosa, Juchitán, Oaxaca, todo junto, mucho eclecticismo para que Lila Downs complaciera a placer, de tajo, a cuenta gotas y por capítulos al público, todo valía en la noche bendita de los muertos.

Compartida y alegre, Lila presentó a su ensamble musical: tuba, un par de trombones, dos trompetas e igual número de saxofones, congas, bajo, batería, guitarra acústica, eléctrica y electroacústica, acordeón, teclados y un rabioso violín.

Aparecieron en las pantallas una casaca fumando, echándose un trago y persiguiendo a los vivos, porque La Fría se lleva a todos, jóvenes, niños, adultos, tiranos y monarcas, blancos, morenos e indígenas. Estamos de paso, la vida está alquilada.

Llega el temazo de Martín Urieta, Urge, que en voz de Lila encuentra una de sus mejores interpretaciones, con saludos a Iztapalapa, Coayoacán, Jalisco, Michoacán… Oaxaca, la mención de este estado puso en jauja al respetable. El concierto estaba en la cresta de su ola. Las canciones Fuiste felizLa curaciónDos corazones y Te hubieras ido antes, en esta última Downs estuvo acompañada por el cantante sinaloense Joss Favela, la interpretación del dúo caló muy dentro hasta atravesar los corazones del público, acompañaron a la pareja lanzando su canto al aire con la esperanza de alojarse en la persona a quien estaba destinada la dedicatoria.

Lila volvió a cambiar de vestuario y con un nuevo aire entonó La cigarra, uno de los temas más celebrados. Joss Favela volvió al escenario para interpretar junto a Lila una versión muy buena del clásico de José Alfredo Jiménez: El último trago; la pareja enloqueció a todo el público.

Con el tema Viene la muerte, varias Catrinas tomaron el escenario para hacer brillar la interpretación de Lila, color y luminosidad en perfecta conjunción con el juego de luces. Parecía que el concierto no podía alcanzar un punto mayor, pero con Zapata y el baile de los Tiliches, cuatro seres imposibles sacudiéndose furiosos, protagonizaron otro de los grandes momentos del concierto.

El espectáculo se acercaba a su nadir, llegaron Cumbia del mole y Cariñito, y la escena de sacarle brillo al piso se multiplicó exponencialmente, se vio el movimiento de miles en los pasillos y butacas, frente al escenario, en el primero y segundo piso, el Auditorio Nacional ardía de puro gozo.

Lila se despidió, pero el grito ensordecedor de ¡otra, otra, otra!, logró que la cantante y su ensamble musical salieran para entonar La Llorona. La oaxaqueña invitó al cantaor español Rodrigo Cuevas, quien salpicó, por momentos, con cante hondo la tradicional canción mexicana. Por último, el ballet de ronda machetera cerró la estupenda velada en el momento en que las estrofas de Mezcalito, provenientes de la garganta de Lila, anegaban el alma de los vivos.