Mohamed Mashaly (1944-2020) nació en una pequeña población en la gobernación egipcia de Beheira, fue hijo de un maestro y, por deseo de su madre, estudió medicina en la Facultad de Medicina de El Cairo. Se licenció, con muy buenas calificaciones, especializándose en medicina interna, enfermedades infecciosas y pediatría. Se instaló en Tanta ( Gobernación de Gharbia, entre El Cairo y Alejandría), donde abrió clínica. Al poco de instalarse examinó a un niño de diez años, que le habían llevado. El niño tenía diabetes. La madre se desesperó al oír el diagnostico: «Si compro la insulina al niño, mi familia no comerá esta semana». Esa misma noche llevaron al niño a la clínica del Dr. Mashaly. El pequeño había intentado matarse pegándose fuego. Antes de fallecer, sus quemaduras eran demasiado graves, le dijo al médico que lo había hecho «para que sus hermanos pudieran comer». Después de esa experiencia Mohamed Marshaly juró dedicar su vida a atender a los más pobres.
Jamás tuvo un teléfono móvil, una tablet, un ordenador, un automóvil… En su pequeña clínica atendía a los más pobres y les cobraba por los análisis y asistencia cinco libras egipcias, algo más de tres céntimos de euro. Y eso solo a aquellos que estaban en situación de pagar, a los más pobres de todos los atendía gratis y les pagaba las medicinas de su propio bolsillo. Pronto se hizo conocido en la ciudad, el Tabib el Ghalaba le llamaban «el médico de los pobres» y su fama se extendió por la provincia y, después, por todo Egipto. Aceptaba pequeñas donaciones que le permitían comprar equipo y medicinas, pero si las cifras eran grandes las rechazaba. Insistía a los benefactores que dieran ese dinero directamente a los necesitados, para comida, para estudios, para vivienda.
Durante más de cincuenta años mantuvo una férrea disciplina: empezaba a atender a los pacientes a las siete y media de la mañana hasta mediodía, almorzaba y visitaba dos clínicas de aldeas vecinas para atender a los enfermos que allí había. Nunca faltó un solo día a su trabajo. En 2010 tuvo, forzado por la circunstancias, que elevar sus magros emolumentos a diez libras egipcias, cincuenta y dos céntimos de euro, lo que le supuso un gran disgusto.